El todoterreno avanza firme por la tierra arenosa que pronto comienza a perderse en la naturaleza. Camellos, burros, termiteros, un paisaje que sumado al sol abrasador nos indica que estamos en el desierto. Recorremos largos trayectos sin ver siquiera un alma. Nos dirigimos hacia el este, hacia el Lago Turkana, el gran lago que da vida a esta región de Kenia. Sabemos que los trabajos que se realizan en las presas del río Omo en Etiopía amenazan la vida en el lago. Muchos locales comentan que temen que el lago se seque ya que la desaparición de la pesca, su único sustento, sería terrible para muchas familias.
Siguiendo las indicaciones de Shemmy, nos acercamos a Eliye Springs, el lugar de recreo de los Turkana. Un enclave pacífico donde paramos a comer al ritmo del sonido africano. Me pregunto si hay cocodrilos en esta parte del lago, pero Moses me tranquiliza. Parece ser que no quedan muchos en el lago y si acaso, se encuentran en el sur este, muy lejos de aquí.
Nuestra idea es llegar hoy a la misión de Nariokotome siguiendo la orilla del lago, pero antes queremos conocer la vida que llevan los pescadores Turkana.
Paramos en Kalokol y la primera sensación que me llevo es que, aunque no haya mucho turismo o prácticamente nada, en esta zona del lago la población está muy reacia a encontrarse con turistas y más cuando se trata de blancos que llevan unas cámaras. Aún así me quedo un rato observando a los hombres mientras tejen las redes que utilizan para la pesca. Junto a ellos descansan los pequeños bloques de pescado seco salado esperando ser recogidos para llegar a los mercados de los diferentes pueblos de la zona.
Mientras estoy sentada en la arena veo a una mujer bañarse en el lago junto a su hijo. Me acerco a probar el agua y me sorprendo al ver que es agua salada. Más tarde averiguo que es el cuarto lago alcalino más grande del mundo, pero al no tener salida gran parte de su volumen se evapora. No quiero imaginar qué pasaría con toda esta gente que ahora vive del lago si éste dejara de existir.
El trayecto hasta Nariokotome nos lleva por pistas polvorientas salpicadas de pequeñas aldeas o chozas solitarias. Me maravillo con la luz dorada que baña el paisaje en una especie de aura cálida que no me harto de ver. Mientras observo el sol bajando en el horizonte, Moses nos avisa de que hemos llegado a la misión. Tengo muchas ganas de conocer al padre Antonio para que nos cuente más sobre la zona y comenzar a explorar el interior.