Esta mañana el padre Andrew nos ha contado la triste historia de la masacre de una familia en el pueblo de Todonyang y sobre el miedo que los Dassanech infunden en los Turkana, lo que hizo que todo el pueblo se moviera más al sur, cerca de Lowarengak. Hace 11 años que esta misión tiene su actividad en la zona y ha presenciado varias desgracias que acumulan su peso en el corazón de un misionero que empezó como ayudante.
Así, la curiosidad nos lleva al antiguo Todonyang. No sé muy bien cómo, pero otra vez acabo rodeada de unos 15 niños y me pregunto porqué Juan nunca resulta de interés para estos pequeños ojos curiosos.
Nuestro amable guía espontáneo, cuyo nombre no he sabido pronunciar y por ende no sé tampoco escribir, nos ha enseñado su pueblo y a cada persona mayor que ha sobrevivido a los ataques de los Dassanech.
Postradas en la entrada de sus barracas, de piel oscura, curtida por el sol y castigada por el tiempo, cubiertas con telas de colores a modo de faldas, con el pecho al aire y el cuello adornado por los típicos collares Turkana, las mujeres esperan resignadas su destino. Muchas llevan varios días sin comer, aisladas en un pueblo abandonado por sus hombres y por la suerte.
Intento repartir dos barritas energéticas entre varias niñas y en unos segundos se multiplican las cabezas que ya forma un corrillo bastante grande. Es una situación que me lleva frustrando durante todo el viaje porque no tengo de donde sacar más y no sé cómo lidiar con todas las peticiones. Finalmente nos subimos al coche y proseguimos camino en silencio.
Mientras el 4×4 va sorteando piedras por las trialeras y las sendas que recorren el lecho de lo que alguna vez fue un rio, mi mente se sume en un mundo de pensamientos que hacen que me sienta impotente y triste.
¿Porqué nosotros tenemos tanto y ellos tan poco? ¿Qué debemos hacer ahora? ¿Qué deberíamos hacer que no estemos haciendo? ¿Está mal comer en buenos restaurantes y dejarse la comida en el plato sabiendo que en otra parte del mundo existen personas que llevan varios días sin comer? ¿Está mal ducharse con abundante agua mientras en otra parte del mundo hay personas que luchan por una gota?
Todos estos pensamientos me atormentan, pero tengo que dejar de pensar. Queda mucho viaje por delante y tengo que permanecer entera para poder absorber todo lo que esta tierra nos ofrece más allá de la triste realidad del hambre y el agua.
Paramos a comer en Lokitaung en un local que me recuerda a las postales de Cuba. Las paredes laminadas de un verde intenso contrastan con el blanco del turbante y la piel negra y brillante de uno de los clientes. Tengo curiosidad por la comida que sirven y si estará igual de rica que la comida turkana que probamos en la misión. Lejos de cumplir un sueño, ha sido más bien una pesadilla gastronómica. Un guiso que consta de carne dura y grasienta, una patata insípida y acompañado de unos bollos fritos. No ha sido el mejor almuerzo del mundo, pero por lo menos hemos repuesto fuerzas.
Nuestra idea es llegar a Kakuma; mi idea era llegar allí en un día, pero creo que nos llevará algo más ya que se está haciendo tarde y todavía no hemos pasado Kaaling.
Buscamos un sitio para acampar alejados de la pista principal y después de cenar decidimos acercarnos a un asentamiento que vimos al otro lado de la pista. En mi mente estaba la típica imagen nocturna de la familia sentada alrededor del fuego preparando la cena.
Mientras andábamos por la pista con los frontales como única fuente de luz, me asaltaron las dudas. ¿Y si se asustan porque llegamos de la nada y sin ningún traductor de por medio? ¿Y si piensan que vamos a robar y se quieren defender?
Pero tendré que dejar las dudas para otro momento porque ya nos estamos acerando y se empieza a escuchar el murmullo de una mujer mayor. Con una verborrea enérgica se pasea de lado a lado del asentamiento. Al fondo, cerca de una choza que parece ser una cocina, un niño se nos queda mirando con ojos como platos. Lo único que se me ocurre decir para aliviar la tensión es “Ejoka” que viene a ser “Hola, que tal”. Le extendemos la mano, pero la mujer no quiere saludar y sigue lanzando palabra tras palabra. Por sus gestos, evidentemente está enfadada. Intento hablar en inglés con el niño para ver si él consigue entender que somos viajeros que estamos por la zona. Puede ser que haya funcionado porque le observo más relajado, pero a lo lejos se escuchan voces de mujeres que se acercan a paso veloz. Posiblemente sean mujeres que vienen a ayudarles pensando que están siendo atacados. Nada más lejos de la realidad, una de ellas lleva un machete en la mano. Intentamos saludar a todo el mundo y hacer gestos de paz, pero no estamos recibiendo ninguna respuesta conciliadora. No queremos forzar más la situación así que, dando las gracias mediante un “Asante” y “Ejok noi”, regresamos por donde hemos venido.
No hemos encontrado lo que nos imaginábamos, pero queremos volver por la mañana y esta vez acompañados por Moses para que pueda explicar quienes somos. Me he quedado con mal sabor de boca pensando en el susto que se habrá llevado la familia.
Un día más que nos ofrece más experiencias diferentes y nos ayuda a consolidar nuestra imagen sobre lo que representa la región de los Turkana.
Esta noche he podido confirmar que en esta zona hay escorpiones, ya que hemos encontrado tres merodeando alrededor de las tiendas. Recomiendo totalmente la linterna de luz ultravioleta que hace que los escorpiones brillen con una luz fluorescente a metros de distancia. ¡Buenas noches!