Es un año que muchos preferimos no recordar, pero yo siempre he pensado que cada crisis es una oportunidad… que cada uno aprovecha a su manera. Para mí este año representa la oportunidad de viajar, así como nunca lo he hecho y, posiblemente, no lo pueda volver a hacer. Destinos casi privados, sin turistas, recibimiento entusiasta por parte de los locales y, porqué no admitirlo, precios más económicos.
Todo viaje comienza con un sueño, una idea, un propósito. Normalmente el propósito en mis viajes es encontrar aquella experiencia que me llene, que permita abrir mis horizontes, amoldar la mente, desarrollar mi sensibilidad y poder mostrarla a los demás.
Dentro de mi ser siento la llamada de África, me estremezco cada vez que pienso en este continente, aún desconocido. Pero un encuentro casual, acompañado de un sueño común y alguna que otra señal mística, me lleva esta vez a Indonesia.
“¿Has ido alguna vez a algún sitio sin billete de vuelta?” me pregunta Diego Cortijo.
Me comentó que siempre ha querido ir a Indonesia un tiempo, con el único objetivo de disfrutar del país. Esa pregunta provocó la activación de las alarmas de la aventura y reactivación del insaciable deseo de viajar. Durante unos días en mis cabeza retumbaba esa pregunta, acompañada de los ensordecedores latidos de mi corazón al imaginarme en ese lugar.
A los pocos días entra en el escenario Olmo Romero, un conocido que lleva afincado en Bali desde el inicio de la pandemia. Sin exponerle mis intenciones, me envía información sobre las posibilidades de entrar en Indonesia durante la prohibición al turismo extranjero. Esta sucesión de acontecimientos son como una señal, que en general apenas percibes, pero esta vez es clara, punzante, casi tangible. En menos de 24 horas lo tenía decidido, me iba a ir a Indonesia sin billete de vuelta.
Mi deseo también era poder convivir con una tribu, retratarla, conocer su cultura. Pero cuanta más información buscaba, más turístico se me hacía todo. Aun así, en todo momento tenía en mi mente un lugar que me parecía lejano, costoso, una fantasía… ideal. Ese lugar es Papúa, “la tierra situada al final de todas partes y al principio de ninguna parte, donde lo poco conocido roza lo desconocido”.
Cuando Diego se une al viaje comenzamos a confeccionar juntos el itinerario de lo que sería el viaje de nuestras vidas. Después de varias búsquedas y contactos, decidimos hacer todo lo posible por llegar allí, a Papúa. No todos los días se realizan expediciones en tiempos de pandemia, y menos a lugares tan poco accesibles. A Olmo le encanta la idea y se une sin pensarlo dos veces. De esta forma completamos el equipo para un reportaje casi completo en cuanto a audiovisuales se refiere: dron, cámaras réflex, Go Pro’s…
Las imágenes satélite revelaban grandes áreas de humedales, largas líneas de bosque primario impenetrable y un entramado de ríos y rápidos que me aceleraba el pulso cada vez que intentaba imaginar una forma segura de recorrerlos.
Por razones circunstanciales, la gestión de los documentos necesarios para entrar en el país se hizo muy pesada y larga, con viaje internacional incluido para reunirlo todo. Mientras tanto, seguíamos recopilando información sobre las tribus menos conocidas y más auténticas: Korowais, Asmat, Yali, Dani… sin duda, en internet no faltaba detalle sobre cada una de ellas. Potentes imágenes, pintorescas y artículos de mochileros que han realizado el viaje por su cuenta. Toda esta situación sacó alguna que otra arruga a nuestras caras llenas de ilusión y expectativa de encontrar algo primitivo y virgen.
“Te parece si intentamos llegar a una zona donde hay un río que se hace llamar Mamberamo? Puede ser interesante, pero hay tan poca información que no sabría decir lo que encontraríamos allí.”, me comenta Diego en una llamada telefónica.
Ésta última frase me convenció totalmente, fue lo que necesitaba oír, lo que llevábamos semanas buscando.
Empezamos las gestiones y los preparativos para la Expedición. Gracias a los contactos de Diego, que se suman a apoyar sus expediciones sin pensarlo, pudimos viajar con unas buenas mochilas tácticas 5.11 de MasterXtreme, teléfono satélite de Satlink, GPS de TwoNav, cuchillos de JeoTec, comida liofilizada … entre otros. Son algunos elementos imprescindibles cuando viajas a lugares tan apartados.
Vamos sin itinerario, sin fechas, sin servicios contratados. Gracias a Alfonso, de la agencia de viajes Catur Expediciones Indonesia, conseguimos tener el contacto de Anni, la guía local que nos ayudaría con la organización de la expedición. Contactamos también con una piloto vasca que vuela en AMA, una línea aérea concertada que recorre el este de Papúa ayudando a las comunidades. Nos iba manteniendo al tanto de la situación en la isla.
Todo era incertidumbre, pero por fin el deseado día llegó. Estar en Indonesia era como un sueño que pensaba no iba a cumplir nunca. Después de seis enlaces de vuelos, jetlag, kilos demás en las mochilas de expedición, visas, tests PCR y mucho estrés, llegamos a Papúa.
Mirando para atrás, parece increíble que en apenas un mes y medio hayamos conseguido montar una empresa de estas características. Los nervios se relajan, el sueño ya se siente tangible, aunque ahora es cuando empezamos a lidiar con los verdaderos entresijos del viaje.