Viajamos al sur de Irán buscando rastros de las comunidades baluchis. Queríamos entender cómo sobreviven sus costumbres en un territorio que parece detenido entre el desierto y el mar. Pero en Irán, como en la mayoría de los viajes que recuerdo con más fuerza, el descubrimiento más grande vino de un lugar que apenas se divisaba en el mapa.

Desde Bandar Abbas, alguien mencionó el mercado de los jueves en Minab. No era parte del plan, pero desviarnos apenas noventa kilómetros no parecía un esfuerzo. “Solo un mercado, encontraremos lo mismo que en Marruecos”, pensé. Y después comprendí lo ingenuo que era creer que un mercado nunca es solo un mercado.

A primera vista, el Panjshambe Bazar es lo que cualquiera esperaría del sur: frutas, telas, voces que se mezclan sin ritmo, mujeres regateando, vendedores acomodando mercancía en el suelo. Pero apenas avanzamos unos pasos lo vimos: el color. No colores cualquiera, sino colores que parecían gritar identidad. Y entre esos colores, ellas.

Las mujeres enmascaradas de Minab

Las mujeres, cubiertas con telas brillantes y máscaras rígidas que les tapaban casi todo el rostro, acaparaban toda la escena. Eran máscaras rectas, de líneas duras, que dejaban ver solo los ojos. En el resto del mundo musulmán, cuando pensamos en cubrir el rostro imaginamos negro. Aquí no. En Minab el rostro se cubre, sí, pero con una explosión de color: rojo, dorado, azul profundo, índigo. Cada tono tiene un significado distinto, aunque nadie lo explique igual.

Hay quienes dicen que el color refleja el estatus de la familia. Otras versiones hablan de la edad o el estado civil, o incluso de la región exacta dentro de Hormozgan. Lo cierto es que no hay una regla escrita. Como tantas tradiciones antiguas, la interpretación está viva y es personal.

Las mujeres, cubiertas con telas brillantes y máscaras rígidas que les tapaban casi todo el rostro, acaparaban toda la escena.

¿Por qué usan la máscara?

La máscara, llamada boregheh o bandari mask, forma parte de la tradición de las mujeres de Bandar Abbas, Minab y la costa del Golfo Pérsico desde hace siglos. Hay teorías que la vinculan con la protección frente al sol: antes de existir gafas o cremas. Otras, defensa contra traficantes y piratas, en tiempos en los que la costa era tierra de paso en la ruta comercial.

Dentro de éste código, marcan el estatus familiar: hay estilos más sobrios y otros más ornamentados que marcan su rol en la comunidad.

Algunas mujeres nos explicaron (con gestos más que palabras) que la máscara es parte de su identidad. Mientras gran parte de Medio Oriente asocia lo tradicional con el negro, en esta parte de Irán el color es lenguaje. Las mujeres de Minab no se esconden, sino que se revelan con colores. Las máscaras no buscan borrar sus rasgos, buscan marcar un estilo que las hace únicas dentro del mundo persa y árabe. No es burka. No es niqab. No es hijab extremo.

Es otra cosa. Algo que pertenece a la costa, al Golfo, a sus historias. Algo que sobrevivió a los siglos porque, simplemente, siguen queriéndolo así. Muy similar a la battulah que usan las mujeres del Golfo Arábigo, una máscara documentada desde tiempos de las rutas marítimas entre Persia, Omán e India. En aquella época, además de proteger del sol y la arena, servía para guardar la identidad cuando los puertos eran lugares inseguros. Hoy sigue viva porque para ellas no es un vestigio, es parte de quiénes son.

Lo que vemos en el mercado

El mercado es un teatro sin telón. Ellas lo dominan, atienden puestos de frutas y verduras, venden telas y artesanías, conversan entre ellas sin timidez. Caminan rectas, sin prisa, como si el mercado fuera una prolongación de su casa. No sienten que la máscara sea algo extraordinario, porque para ellas no lo es. La extraordinaria era yo, que no podía dejar de mirarlas.

Su comportamiento no tiene nada que ver con invisibilidad. Todo lo contrario: la máscara es una forma de presencia. Una manera distinta de habitar el espacio.

Viajamos al sur de Irán buscando rastros de las comunidades baluchis. Queríamos entender cómo sobreviven sus costumbres en un territorio que parece detenido entre el desierto y el mar. Pero en Irán, como en la mayoría de los viajes que recuerdo con más fuerza, el descubrimiento más grande vino de un lugar que apenas se divisaba en el mapa.

Ahora pienso en Freya Stark, la exploradora británica que recorrió sola las montañas, desiertos y pueblos del Medio Oriente en los años 30. Ella escribía que viajar por Persia era avanzar por un mundo donde cada gesto encierra una historia. Creo que habría sentido lo mismo al ver a las mujeres de Minab. No por el exotismo, sino por esa mezcla de fuerza y misterio que transmiten las mujeres de las rutas comerciales, las aldeas remotas o los puertos del Golfo.

Mujer bandari en Minab Iran

La sorpresa del viaje

Fuimos al sur buscando rastros baluchis, no los encontramos en esta zona, pero encontramos otra cosa y fue el recordatorio de que el viaje nunca se rige por lo que uno espera, sino por lo que aparece.

Cuando pienso en Irán, no pienso primero en el desierto o las grandes edificaciones.

Vuelvo a esos ojos detrás del color.


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