Avanzamos hacia una tierra desconocida. Hasta ahora el paisaje lunar, colores ocre y naranja intensos y el polvo en suspensión dominaban el panorama. Pero algo sucede, el calor no es el de siempre. ¿Realmente se nota cierto frescor o es la fatiga y las ganas de darse una ducha las que provocan un espejismo mental? Un kilómetro más y todo se vuelve real, el ocre se transforma en verde y el polvo en humedad. Una familia de babuinos nos da la bienvenida y se retira rápidamente a la selva.
Estamos estupefactos, es casi imposible creer que el paisaje puede cambiar tanto en tan poca distancia, pero si, seguimos en Turkana. Estamos en tierras de Oropoi.
Festus, el maestro de inglés de la escuela primaria del pueblo, se acerca a nuestro campamento para darnos la bienvenida a su aldea y nos invita a visitarles.
Mientras charlamos con el profesor, no hago más que preguntarme por lo evidente ¿Porqué los nómadas del desierto no se instalan en este paraje? ¿Porqué, aun estando todo verde, tienen el mismo problema de falta de comida que el resto del territorio? Unas preguntas a las que Festus nos da una rápida respuesta: el agua. La falta de recursos para llegar al nivel freático suficiente para tener un pozo permanente les frena en sus intentos de crear un huerto y en cultivar.
Nos adentramos en la montaña para visitar el pueblo situado en la frontera con Uganda. Caminamos, aparentemente sin rumbo, por los pasillos de la aldea. Sorteamos las cabañas de ramas hasta llegar al huerto situado detrás del pueblo, donde varias mujeres que cavan zanjas se paran a mirarnos y saludarnos tímidamente. El jefe del pueblo nos acompaña para relatarnos la historia de cada familia que ha perdido a su marido a mano de los Toposa, una tribu sursudanesa que asalta a los Turkana en busca de ganado. Estos relatos dan respuesta a la cantidad de Kalashnikovs que vemos pasear por las veredas.
De vuelta a Oropoi, mientras el sol de mediodía empieza a calentar, visitamos la escuela de Festus. Varios barracones que albergan pupitres para niños de 6 a 14 años. Con la mirada esperanzada, el Turkana nos lleva a conocer al misionero ugandés Victor, quien lleva los últimos años dando su vida por esta región retirada de Kenia. El padre Victor nos explica las carencias de Oropoi y el abandono del gobierno de Kenia.
- ¿Porqué no nos construyen unos pozos si cuentan con fondos para ello, porqué? ¿Porqué nos han abandonado?
Se pregunta con una tristeza inalienable mientras nos enseña orgulloso su pequeño huerto de sandías.
Tanta dedicación nos conmueve y mientras visitamos el taller de costura y el huerto experimental, decidimos elaborar un proyecto para reunir los fondos necesario para la construcción de cinco pozos. Cinco pozos que, según el padre Victor, son el mínimo necesario para poder mantener los cultivos y poder mantener a toda la cantidad de nómadas que se dirigen hasta este lugar en época de sequía. “No queremos dinero, sólo queremos agua”.
A media tarde regresamos a Kakuma para dirigirnos rumbo sur, hacia las últimas aldeas de nuestra expedición.