Cada vez que pienso en Marruecos me entran unas ganas locas de coger el primer vuelo que salga hacia cualquiera de sus ciudades, se ha convertido en una droga y necesito una dosis de este maravilloso país cada vez más a menudo.
Me siento feliz caminando por las callejuelas repletas de puestos de especias, cuero o esencias. Descubrir nuevos rincones en los zocos, nuevas oportunidades fotográficas, nuevos riads que se convierten en oasis de relajación en medio del bullicio. Subir a una de las terrazas que tienen vistas sobre esta ciudad donde predomina el ocre, mi color preferido que me inspira a cada paso. Ver como el sol se esconde en el horizonte dejando que ese color rojo anaranjado bañe el cielo dando paso a una noche frenética en Jemma el Fna.
Me encanta observar como los comerciantes colocan sus puestos, uno a uno, para dar comienzo a la vida nocturna de Marrakech. Sentarme en una terraza a pie de plaza y ver cómo pasan los transeúntes, todos boquiabiertos ante el fascinante panorama. Y me siento uno de ellos, siempre que voy a Marrakech me quedo boquiabierta, siempre me fascina y regreso con una nueva perspectiva.
El último lugar que he descubierto ha sido la Maison de la Photographie. Un sitio asombroso que muestra las diferentes facetas de Marruecos y su cultura a lo largo de los siglos. Fotografías impresionantes que diferentes fotógrafos como Jean Besancenont donan para enseñar al mundo la historia de esta nación. Me parece una ocasión extraordinaria para ver cómo era Marrakech en otras épocas, y darse cuenta de que poco ha cambiado.
Voy a volver cada fin de semana junto a Pannei The Travel Factory para seguir explorando estos bellos rincones.
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