Los sonidos de los pájaros y el aire fresco que se cuela por la puerta de la terraza de la habitación son como regalos del cielo. Huele a lluvia. Me quedo un rato mirando el techo de la mosquitera y respiro hondo, estoy en África.
Tercer día de aclimatación que ya ha llegado a su fin.
Estamos en la misión de Nariokotome, un lugar que hace 30 años no existía y que hoy tiene su propio Airstrip. Un lugar que es símbolo de esperanza para gran parte del Condado.
Hace 30 años que el padre Antonio vive aquí ayudando a las tribus proporcionándoles alimento en momentos de penurias, colaborando en la educación de la población o en la construcción de pozos para la extracción de agua potable.
Cuando llegas a la misión ni te imaginas que te vas a encontrar un verdadero entramado urbano: la iglesia, la escuela, la casa pastoral y las viviendas de los voluntarios, el taller mecánico, la carpintería, el huerto, el viñedo y el hangar que da cobijo a la avioneta que salva vidas en numerosas ocasiones. Impresiona ver lo que se puede conseguir a pesar de unas condiciones precarias y a pesar de las dificultades sociales y políticas. Las tres mil bocas infantiles que se alimentan diariamente en esta misión son sólo un pequeño ejemplo de la labor tan importante que realizan en la zona.
Mientras caminamos hacia el viñedo, el Padre Antonio nos cuenta las dificultades que han pasado a lo largo de los años y los logros que hacen que todo merezca la pena.
Los temas estrella son la sequía que azota el territorio y el conflicto entre las tribus de los Daasanach y los Turkana. Una realidad que podemos sentir durante todo nuestro viaje.
Si pienso en Turkana, lo que primero me viene a la mente es un agujero en el suelo rodeado de bidones amarillos, cabezas oscuras y collares coloridos. Posiblemente este sea el viaje que más me esté haciendo pensar. Pensar en las comodidades que tenemos y todas aquellas cosas que damos por sentado. Estando aquí empiezo a ser consciente de la suerte que tenemos de poder abrir el grifo para beber agua y no tener que andar durante kilómetros y kilómetros con un bidón cargado a la espalda.