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Expedicion Mamberamo

Expedición Mamberamo. Rumbo a Naira.

El deseado día ha llegado.

A las 9 de la mañana, todo el equipo de expedición estaba en el hotel cargando el equipaje. Compramos varios bidones de gasolina, unos 200 litros, para tener para el viaje en barco. Según dicen, en el Mamberamo los precios de cualquier artículo triplica o cuadruplica al que podamos tener en la capital, sin mencionar que sería difícil encontrar suministros.

Junto a nuestro conductor, Sergui, salimos rumbo a Naira, punto de partida en bote por el río.

Llegado el primer puesto militar, paramos para realizar el correspondiente ritual al que están sometidos los “bule bule” (extranjeros en bahasa Indonesia). Enseñamos el Surat Jalan y nos sometemos al tercer grado disfrazado de conversación distendida. Anni maneja muy bien la situación y finalmente empezamos a reírnos y en seguida los militares me piden hacerme unas fotos con ellos. Tras varias fotos con todo el grupo, nos despedimos y seguimos nuestro viaje. Me sorprendió observar el papel color rosa (billete de 100mil rupias) que Anni deslizó al capitán al estrecharle la mano. Mas tarde me explicó que es la norma no escrita en estos sitios si quieres tener un viaje seguro bajo la protección militar.

Es curioso como cambia tu percepción de cada evento cuando no sabes lo que te vas a encontrar. Hasta ahora cada día ha sido una sucesión de acontecimientos, cada cual más emocionante, y este día no iba a ser menos. No llevábamos ni dos horas de viaje cuando nos encontramos con una fila de coches esperando en una pista embarrada. Resulta que un camión se quedó atascado en el barro y no había manera de sacarlo. Tres horas llevó la peripecia. Los chicos se remangaron para echar una mano y así poder salir de allí lo antes posible.

Más adelante la pista se convirtió en carretera asfaltada, lo que ayudó a que recuperemos parte del tiempo perdido.

El Mitsubishi Triton avanzaba a ritmo de pájaro y la destreza y los reflejos de Sergui quedaron demostrados en varias ocasiones. Aunque no tengo claro si las situaciones encontradas se podían haber evitado con una conducción más moderada.

El paisaje selvático me maravilla, los sonidos de la jungla, las cabañas locales en los pueblos que cruzamos, incluso el silencio es diferente, inquietante a veces.

El día nos brindó grandes emociones y un atardecer espectacular, pero la noche aguardaba alguna que otra sorpresa.

En esta zona del país encontramos arroyos en abundancia, de diferentes caudales, y no es de extrañar la cantidad de puentes que se construyen para poder cruzarlos. La estructura se compone de troncos macizos que usan de base y que cubren con algunas capas de listones de madera… pudimos estudiar uno bastante de cerca. De nuevo una fila de coches auguraba que algo estaba ocurriendo. Una pick-up sobrecargada de bártulos había visto atascada una de sus ruedas al romperse varios listones de la primera capa del puente. Los demás conductores llevaban un rato intentando ayudarles a cruzar, pero los listones no paraban de moverse. De nuevo, los chicos intentaron echar una mano. Dos horas más tardes seguíamos en aquel puente, rodeados de una noche cerrada y ecos selváticos, viviendo una escena amenizada por los gritos de los conductores que intentaban dirigir cada coche que avanzaba por los listones a ritmo de caracol.

Yo miraba el panorama desde un lado del puente, los faros eran la única fuente de luz que daban un aire siniestro al entorno, estaba totalmente en trance, mil escenarios posibles pasaban por mi cabeza: ¿Y si se rompe el puente antes de que podamos cruzar y nos deja sin rutas alternativas? ¿Siendo nosotros los últimos en cruzar, y si el puente se rompe al pasar nuestro coche? …

“Snake, snake!” grita frenético uno de los conductores que me ve de pie mirando al vacío. Como accionada por un resorte salí corriendo a la pista. Me había confiado demasiado, olvidando que estamos en medio de una jungla desconocida, hogar de grandes reptiles y serpientes terrestres y de agua, concretamente 83 especies diferentes. Desde ese momento mis ojos fijaban el suelo constantemente con cada paso que daba.

Finalmente cruzaron todos los coches y el nuestro, con Sergui al volante, pasó como una pluma apenas rozando los listones. Desde luego Segui es un gran conductor y lo siguió demostrando esa noche al cruzar más puentes rotos sin siquiera pestañear, vadeamos ríos y grandes barrizales empinados. Pero la media noche y las largas horas de conducción empezaron a pesar y nos obligó a refugiarnos en una cabaña a escasas horas de Naira.

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